Había una vez, en la granja Hatherley de Craft-City un gallo, llamado Kikiriqui Cocoroco. Había sido proclamado por los animales el mayor pringado de la historia, y eso se debe a que perdió una apuesta, que es la que se narra a continuación.
-¿Quién de vosotros se atreve a desafiarme? -preguntó el periquito Agapito.
-¿De qué se trata? -quiso saber el gallo Kikiriqui.
-Te propongo el siguiente desafío: vénceme en una carrera volando por los lindes de la granja. Si me ganas, te daré mi comida de pájaro durante una semana.
-¿Y si pierdo? -dijo Kikiriqui.
-De ser así, tendrás que repetir la carrera todos los días hasta que me ganes.
-Trato hecho -dijo el gallo, convencido de que era capaz de ganar. Así fue como se enteró de que no podía volar.
-¡En sus puestos!¡Listos!¡Va! -anunció el perro, Manolo.
A la señal, periquito y gallo saltaron desde el tejado del granero. El periquito comenzó a volar alrededor de la granja. En cambio, el gallo cayó directo contra el suelo mientras agitaba fuertemente las alas intentando mantenerse en pie.
-¡Aaaaaahhh! -chilló Kikiriqui-. ¿Cómo no me dijisteis que no podía volar?
-Porque es mucho más divertido verte todos los días del año saltar desde el tejado -le respondió el periquito Agapito.
-¿Qué has dicho?
-No recuerdas la apuesta: si perdías tendrías que repetir la carrera todos los días hasta que me ganases. Y como no lo vas a conseguir, te veremos saltar del tejado y chocarte contra el suelo todos los días.
Al día siguiente, el periquito y el gallo repitieron la carrera. El primero completó el circuito con toda la calma del mundo. Pero el segundo, fracasó estrepitosamente, al igual que el día anterior. Siguieron así durante tres semana, hasta que, de tanto reírse al ver caer al gallo, el periquito murió.
Poco después, el granjero enterró al periquito en un fosa, desconcertado, ya que no sabía de qué había muerto su mascota.
Tras el ritual funerario, el gallo fue hasta la diminuta tumba y depositó sobre ella la comida del periquito, y luego, subió al tejado y saltó desde allí sobre la tumba del animal.
De aquí proviene la expresión bolonviana "Y voló, y quiso volar, y yo volé con él, y nos estrellamos los dos porque no sabía planear", que fue lo que empezaron a decir los animales al ver caer al gallo.
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